martes, 18 de febrero de 2014

Una caricia, un escalofrío. Sentirte al 150 y que me cueste frenar. Si el límite está en 120, ya me pueden arrestar. Perderme en tus ojos y escuchar tu voz en todas partes. Admirar cada gesto que haces, hasta el más insignificante, y descifrar tus miradas y enamorarme de tu sonrisa. Que dejes tu mano en mi espalda y sentir que no hay lugar en el que estaría más segura. Que me coloques el mechón que se me descoloca cada dos por tres y que el corazón se me acelere. Me siento como un coche al que le han cortado los frenos. ¿Porqué sujetar tan fuerte a alguien a quien no te importa soltar? Y lo que cuesta, querer creer en alguien que ha perdido tu confianza de tantas formas. Querer a alguien que te hace más fuerte pero, a la vez, mucho más débil. 
Pero, a decir verdad, me pasaría la vida entera queriéndote así. Con tus idas y venidas, con tus sonrisas y tus reproches. Hasta seguiría queriéndote si te fueses y nunca volvieses, eso sí, viviría toda la vida echándote de menos. Y a aquel que apostó por que te querría, decirle, que ha acertado de pleno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario